DE JOSÉ A OCAÑA (ENTRADA INCOMPLETA)




Ocaña, el fetiche sevillano

José, relleno de religión y folklore, canta, baila, grita, llora y ama


Ocaña es libertad. Sale a la calle vestido de sevillana, muy maquillado, el pelo recogido en un castizo moño y cubriéndose sus huesudos hombros con un mantón de manila. Su imagen es un fetiche de la mujer andaluza. Su filosofía, cantar, reír, comunicar y divertir. Ocaña quería hacer teatro, pero en libertad, no en los límites de un escenario, de un personaje o de un sueldo. La calle es el escenario donde el público le aplaude sin comprarle, le habla y le pide que le bese. Y la sevillana fetiche besa, abraza y canta unas bulerías, porque le da la gana.

«Yo estaba en un pueblo de Andalucía, era homosexual, pero no podía decirlo. Estaba mal. Muy lleno de religión, hasta el punto que me sentía un iluminado. Me iba al campo y hablaba con la hierba y con las flores. Nadie más que ellas lo sabían. Tenía un amigo a quien quería mucho, estaba enamorado de él pero no podía decírselo. Mi amigo se suicidó. Yo le quería... A los 20 años le dije a mi hermana que era homosexual. Fue la primera persona que lo supo. Me comprendió: debes distraerte, sal, ve al cine, al teatro –me aconsejó–. Ahora, en Barcelona me siento muy bien. Siempre he sido un marginado, pero aquí somos muchos y siento que tengo amigos.»

«Oye, mira, yo soy exhibicionista. Supongo que ahora soy así de alegre porque estuve mucho tiempo reprimido. Bueno, eso de la represión y ese rollo lo he aprendido aquí, antes no lo decía.»

José, hijo de familia numerosa, pobre y muy religiosa de Andalucía; el padre, obrero de la construcción, murió cuando él tenía 10 años. Tuvo que trabajar en el campo; no le querían por flojo. «Siempre me puteaban, se bebían mi agua cuando trabajábamos en la tierra. Hasta que un día se la hice yo: cogí un botijo de uno, donde tenía su agua para todo el día, lo vacié y meé dentro. Menuda sorpresa se llevó el tío...»

A los dieciséis años salió del pueblo y se fue a Sevilla a trabajar, pintaba paredes y vagaba de pensión en pensión. Después Madrid y por fin Barcelona. Aquí, después de pasar por varias casas-pensión, alquiló un cuchitril en la Plaza Real y allí en unos 20 m², está su mundo. Un mundo fetichista lleno de colores vivos, expresiones angustiadas, rígidas y patéticas plasmadas en sus cuadros y en sus imágenes. La gran reina de la habitación es una Virgen Macarena hecha de cartón y adornada con velos y otros trapos.

Aquel sentimiento religioso y amargo de la Andalucía donde nació se ha amarrado bien al nuevo José, ya Ocaña, y lo pinta, lo moldea y lo saca a la calle en forma de Ocaña-flamenca.


«¡Anda, rubio, que estás más güeno que un pan de rosca! –piropea a un transeúnte–. También me gustan las mujeres, pero menos, me gusta lo bello, lo que más se parezca a lo griego. Aunque para mí el amor sexual es algo pasajero, me canso pronto de quien ha tenido relaciones sexuales conmigo. El verdadero amor es diferente. Mira, te lo explicaré con un ejemplo: yo tengo un amigo en Galicia con quien no tengo relaciones estrictamente sexuales, pero cuando dormimos juntos amanecemos abrazados; eso es amor.»

El fetiche sevillano ahora no escribe. Cuando siente algo que encesita expresar sale a la calle vestido de folklórica, canta, baila y grita lo que le da la gana a voz en grito. Pero antes, sustituía la calle por el papel y escribía:

«El hombre marcha a paso desconocido
el hombre no está muerto, es dormido
con lo fácil que es amar
con una mirada mi cuerpo se transforma
y se embellece.
Quiero amar, vivir cada día intensamente
en el amor hacia los demás.
Llorar es la muerte, cantar es la liberación
de la cárcel del hombre.
¡Se acabaron los problemas que nos hacen dormir eternamente!»

El papel es ahora la calle, y el sentimiento lo vocea y a veces le pone música de nostalgia andaluza.

Carmen GARCÍA RIBAS
Fotos: Colita


Publicación: REPORTER, Nº 8
Fecha: 12/07/1977
Página: ¿59 Y 60?
Autor: (TEXTO) CARMEN GARCÍA RIBAS Y (FOTOS) COLITA

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